INQUIETUDES
POR:
SAMAEL AUN WEOR
No hay duda que entre el pensar y el sentir existe una gran diferencia,
esto es incontrovertible.
Existe una gran frialdad entre las gentes, es el frío de lo que no tiene
importancia, de lo superficial.
Creen las multitudes que importante es lo que no es importante, suponen
que la última moda, o el coche último modelo, o la cuestión esta del salario
fundamental es lo único serio.
Llaman serio la crónica del día, la aventura amorosa, la vida
sedentaria, la copa de licor, la carrera de caballos, la carrera de
automóviles, la corrida de toros, el chismorreo, la calumnia, etc.
Obviamente, cuando el hombre del día o la mujer del salón de belleza
escuchan algo sobre esoterismo, como quiera que esto no está en sus planes, ni
en sus tertulias, ni en sus placeres sexuales, responden con un no sé qué de
frialdad espantosa, o sencillamente retuercen la boca, levantan los hombros, y
se retiran con indiferencia.
Esa apatía psicológica, esa frialdad que espanta, tiene dos basamentos;
primero la ignorancia más tremenda, segundo la ausencia más absoluta de
inquietudes espirituales.
Falta un contacto, un choque eléctrico, nadie lo dio en la tienda,
tampoco entre lo que se creía serio, ni mucho menos en los placeres de la cama.
Si alguien fuera capaz de darle al frío imbécil o a la superficial
mujercita el toque eléctrico del momento, el chispazo del corazón, alguna
reminiscencia extraña, un no sé qué demasiado íntimo, tal vez entonces todo
sería distinto.
Mas algo desplaza a la vocecilla secreta, a la primera corazonada, al
anhelo íntimo; posiblemente una tontería, el hermoso sombrero de alguna vitrina
o aparador, el dulce exquisito de un restaurante, el encuentro de un amigo que
más tarde no tiene para nosotros ninguna importancia, etc.
Tonterías, necedades que no siendo transcendentales, sí tienen fuerza en
un instante dado como para apagar la primera inquietud espiritual, el íntimo
anhelo, la insignificante chispa de luz, la corazonada que sin saber por qué
nos inquietó por un momento.
Si esos que hoy son cadáveres vivientes, fríos noctámbulos del club o
sencillamente vendedores de paraguas en el almacén de la calle real, no
hubieran sofocado la primera inquietud íntima, serían en este momento
luminarias del espíritu, adeptos de la luz, hombres auténticos en el sentido
más completo de la palabra.
El chispazo, la corazonada, un suspiro misterioso, un no sé qué, fue
sentido alguna vez por el carnicero de la esquina, por el engrasador de calzado
o por el doctor de primera magnitud, ms todo fue en vano, las necedades de la
personalidad siempre apagan el primer chispazo de la luz; después prosigue el
frío de la más espantosa indiferencia.
Incuestionablemente a las gentes se las traga la luna tarde o temprano;
esta verdad resulta incontrovertible.
No hay nadie que en la vida no haya sentido alguna vez una corazonada,
una extraña inquietud, desgraciadamente cualquier cosa de la personalidad, por
tonta que esta sea, es suficiente como para reducir a polvareda cósmica eso que
en el silencio de la noche nos conmovió por un momento.
La luna gana siempre estas batallas, ella se alimenta, se nutre
precisamente con nuestras propias debilidades.
La luna es terriblemente mecanicista; el humanoide lunar, desprovisto
por completo de toda inquietud solar, es incoherente y se mueve en el mundo de
sus sueños.
Si alguien hiciera lo que nadie hace, esto es, avivar la íntima
inquietud surgida tal vez en el misterio de alguna noche, no hay duda de que a
la larga se asimilaría la inteligencia solar y se convertiría por tal motivo en
hombre solar.
Eso es, precisamente, lo que el Sol quiere, pero a estas sombras lunares
tan frías, apáticas e indiferentes, siempre se las traga la Luna; después viene
la igualación de la muerte.
La muerte iguala todo. Cualquier cadáver viviente desprovisto de
inquietudes solares, degenera terriblemente en forma progresiva hasta que la
Luna lo devora.
El Sol quiere crear hombres, está haciendo ese ensayo en el laboratorio
de la naturaleza; desgraciadamente, tal experimento no le ha dado muy buenos
resultados, la Luna se traga la gente.
Sin embargo, esto que estamos diciendo no le interesa a nadie, mucho
menos a los ignorantes ilustrados; ellos se sienten la mamá de los pollitos o
el papá de Tarzán.
El Sol ha depositado dentro de las glándulas sexuales del animal
intelectual equivocadamente llamado hombre, ciertos gérmenes solares que
convenientemente desarrollados podrían transformarnos en hombres auténticos.
Empero el experimento solar resulta espantosamente difícil debido
precisamente al frío lunar.
Las gentes no quieren cooperar con el Sol y por tal motivo a la larga
los gérmenes solares involucionan, degeneran y se pierden lamentablemente.
La clavícula maestra de la obra del Sol está en la disolución de los
elementos indeseables que llevamos dentro.
Cuando una raza humana pierde todo interés por las ideas solares, el Sol
la destruye porque no le sirve ya para su experimento.
Como quiera que esta raza actual se ha vuelto insoportablemente lunar,
terriblemente superficial y mecanicista, ya no sirve para el experimento solar,
motivo más que suficiente por el cual será destruida.
Para que haya inquietud espiritual continua se requiere pasar el centro
magnético de gravedad a la esencia, a la conciencia.
Desafortunadamente las gentes tienen el centro magnético de gravedad en
la personalidad, en el café, en la cantina, en los negocios del banco, en la
casa de citas o en la plaza de mercado, etc.
Obviamente, todas éstas son las cosas de la personalidad y el centro
magnético de la misma atrae a todas estas cosas; esto es incontrovertible y
cualquier persona que tenga sentido común puede verificarlo por sí misma y en
forma directa.
Desgraciadamente, al leer todo esto, los bribones del intelecto,
acostumbrados a discutir demasiado o a callar con un orgullo insoportable,
prefieren tirar el libro con desdén y leer el periódico.
Unos cuantos sorbos de buen café y la crónica del día resultan magnífico
alimento para los mamíferos racionales.
Sin embargo, ellos se sienten muy serios; indubitablemente sus propias
sabihondeces los tienen alucinados, y estas cosas de tipo solar escritas en
este libro insolente les molestan demasiado. No hay duda de que los ojos
bohemios de los homúnculos de la razón no se atreverían a continuar con el
estudio de esta obra.
samael aun weor

No hay comentarios:
Publicar un comentario